Nos acostumbramos tanto a trabajar que perdimos el cielo. Un gran vacío se hizo sobre nuestras cabezas. Sin ser nada, pesaba.
Trabajamos con más ahínco. No nos distraía el cielo azul con promesas de fin de semana. Que fue, de hecho, el siguiente en desaparecer, harto de sentir nuestras mentes ocupadas.
Quizás mañana perdamos el pan en nuestras vidas. O la miel.
¿Qué más ha de pasar para que MIREMOS?